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La ley de medios: cuando el árbol nos impide ver el bosque

Hoy, el país está debatiendo una nueva ley de medios y servicios audiovisuales que nos coloca, a las actuales generaciones, en un momento histórico de cara al bicentenario y el futuro.

Un cuarto de siglo es mucho tiempo perdido para cualquier sociedad sin permitirse avanzar a fondo en la discusión de una de sus cuestiones estructurales básicas de organización, directamente vinculadas con su cultura, su tradición, su idiosincrasia, su estilo de vida, todo bajo un techo rector sólido que garantice el derecho a la multiplicidad de voces y la tolerancia, básicamente.

En realidad, para ser justo, la sociedad nunca renunció al debate, pero fracasó en la falta de un impulso fuerte y en la confianza sobre sus propias convicciones para que el poder político sustentara la discusión y la elevara al nivel de sus máximas prioridades para que el país estableciera las pautas mínimas de modo de garantizar el derecho universal de difundir y expresar ideas sin cortapisas.

Hoy, el país está debatiendo una nueva ley de medios y servicios audiovisuales que nos coloca, a las actuales generaciones, en un momento histórico de cara al bicentenario y el futuro.

Sin embargo, la aparición de este proyecto de ley se vició y tiñó desde el vamos con los intereses que surgen del feroz enfrentamiento entre el kirchnerismo gobernante y el grupo Clarín. La pelea desvió la atención sobre asuntos esenciales que deben ser debatidos y analizados en esta oportunidad: como la pluralidad, la independencia, la libertad y la posibilidad de subsistencia de los medios de comunicación, en especial, los del interior, que se hicieron a fuerza de inversiones genuinas y de cara a la sociedad que los ausculta y examina minuto a minuto.

Tan importante como la regulación de los grandes grupos, es adentrarse en el nuevo escenario que se les viene encima a las comunidades del interior, ajenas a casi todo lo que hoy se presenta en el centro neurálgico, económico y político del país.

La nueva ley que surja del debate que se inició ayer, debe replantearse en manos de quién debe recaer la autoridad de aplicación y control de todo lo nuevo que se establezca. Esa autoridad de aplicación no debería estar en manos del Gobierno, porque evidentemente desacredita todo lo bueno que pretende vender.

El proyecto tampoco debiese amenazar siquiera la libertad de expresión ni mucho menos permitir la posibilidad del ingreso de fantasmas cercanos, como la censura previa y la coacción disfrazada. Y es aquí en donde surgen las principales dudas del proyecto, visto desde la realidad local, por ejemplo.

Este proyecto amenaza claramente el equilibrio de medios que ha existido en Mendoza. Lo hace cuando no prevé cómo se regulará esa división en tercios que hace del espectro radioeléctrico. La ley reparte la propiedad de las licencias en un tercio para medios públicos de gestión privada (comerciales), un tercio para medios públicos de gestión estatal (Nación, Provincia, municipios) y un tercio para medios públicos de gestión privada sin fines de lucro, como organizaciones de la sociedad civil, fundaciones, entidades intermedias y demás (cooperativas, sindicatos, ONG, etcétera). Lo que se muestra como una herramienta horizontal y democrática, puede tornarse en nociva para la misma sociedad si no se establece claramente cómo subsistirán. La sospecha apunta directamente al uso de la publicidad oficial y su distribución, junto al mercado cada vez más escaso de los recursos que utiliza la publicidad comercial del campo privado.

Los medios estatales, por caso, ¿se financiarán con los recursos del propio Estado o lo harán intentando tomar esos recursos de la publicidad comercial? ¿Cuánto de todo este sistema a futuro atentará contra todos los medios, los de gestión estatal y la privada? ¿Un medio en manos de un sindicato, de una iglesia o de una cooperativa, tomará recursos del Estado, de los privados y de sus propios afiliados, fieles o asociados?

Un principio filosófico acertado como este -que pretende romper con el poder de los monopolios, que efectivamente han puesto bajo amenaza la pluralidad de voces en el país- puede dar lugar a otro tipo de protagonista en escena igual de monopólico y nocivo que lo que hoy se presenta como tal. La palabra sujeta, condicionada y supeditada a los recursos del Estado y concentrados en medios estatales, pero conducidos bajo la lógica de los intereses de una gestión de gobierno y no de los públicos, es una espada de Damocles que pende sobre la cabeza de los pueblos también. Es una amenaza que atenta, además, sobre la prensa libre que, sin ninguna duda, da cuerpo, sustenta y enriquece el sistema democrático.
Otro aspecto que en los conglomerados del interior genera muchas dudas es el de los contenidos.

La ley de medios impulsada por el gobierno establece 70 por ciento de producción local para radios y 60 por ciento para medios audiovisuales. La realidad indica que, en principio, tornaría inviable el cumplimiento de esta relación y, en caso de que se insistiera sin la posibilidad de un análisis de fondo, podrían desaparecer la mayoría de los canales de TV del interior imposibilitados de solventar estudios apropiados para producir los contenidos en la relación exigida.

Bajo el argumento que esa disposición aumentaría considerablemente la mano de obra cultural en la región, se esconde la amenaza que ocurra lo contrario: medios ahogados, en proceso de cierre y expulsando trabajadores. Estos puntos deben ser discutidos a fondo por parte de los legisladores de la provincia en el Parlamento nacional y sólo ellos pueden garantizar que se pongan bajo la lupa, porque en el fragor de la lucha que comenzó a darse, evidentemente otros aspectos de la ley, como el de la propiedad de los medios y la cantidad de licencias que se permitirán, dejarán de lado y ocultos estos puntos, tan importantes y trascendentes como los que se presentan de fondo.

El federalismo, la pluralidad de voces, la independencia y la libertad de expresión pueden verse afectados y seguramente lo estarán si los legisladores del interior, como los mendocinos, optan sólo por asumir alguno de los dos papeles protagónicos de la película, desconociendo la propia realidad de donde provienen.

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